miércoles, 30 de agosto de 2017

14 árboles








14 árboles



Y todos los Vigilantes temblarán y serán castigados en lugares secretos                   
 y todas las extremidades de la tierra se resquebrajarán y el temor                
y un gran temblor se apoderarán de ellos hasta los confines de la tierra                   
El Libro de ‘Enoc 1:5               

Siempre he sido una persona curiosa, si algo me genera dudas tengo que buscar de inmediato la respuesta. En cierto sentido es como tener sed, una carencia que necesito satisfacer. No siempre encuentro una respuesta y a menudo no es la que espero. En una ocasión esta sed casi termina por ahogarme.

Leyendo uno de los cuentos de Edgar Allan Poe me surgieron algunas dudas, como a menudo me suele ocurrir, acerca de ciertas palabras y nombres extraños y fantásticos que salpican los textos del genio de Boston. Es común que una consulta me lleve a otra y acabe perdido entre búsquedas interminables de conceptos, corrientes de pensamiento, historias increíbles y misterios.

Normalmente, cuando me canso y me empiezan a picar los ojos, cierro los libros, apago el ordenador y me acuesto. Pero esta historia me obsesionó al momento, pues los datos me llevaban azarosamente hacia otros descubrimientos que parecieran inconexos en un principio, pero que llamaban poderosamente mi atención. Como si se tratase de pistas, se me fueron revelando una serie de coincidencias que me llevaban innegablemente hacia algún lugar, por algún motivo. ¡Ay, si hubiera sabido entonces lo que sé ahora!

El protagonista de mis pesquisas en este caso fue Behemot, una bestia fantástica nombrada en algunos libros de la cultura judía, ligado a los orígenes del ser humano según la fe hebrea. Se ha relacionado a este ser con algunos animales existentes en la zona septentrional de África, como los elefantes, búfalos de agua o el hipopótamo; del mismo modo que el leviatán se asocia con el cocodrilo, animales todos ellos frecuentes en las inmediaciones del Nilo y el suroeste asiático. Se cree que estos pudieron inspirar aquellas bestias en la imaginación de los autores bíblicos.

Este ser me condujo hasta Enoc, un personaje mencionado en algunos libros de la biblia y autor de un texto catalogado por la iglesia de apócrifo en el cual se nombra a esta criatura. Existen varios Enoc en la historia bíblica, se cree que éste al que nos referimos era el nieto de Noé, el del diluvio. Me impresionó saber que la historia del diluvio ya fue descrita en la epopeya mesopotámica de Gilgamesh, fechada en el segundo milenio antes de Cristo. Tan lejos se remontan las piezas de este enigma.

Pues bien, en el libro de Enoc, aquella criatura es referida del siguiente modo:

Y en ese día se separarán dos monstruos, una hembra llamada Leviatán, que morará en el abismo sobre donde manan las aguas, y un macho llamado Behemot, y ocupará con sus pechos un desierto inmenso llamado Dandain.

Parece ser que estas bestias son dos caras de un todo, símbolo quizá de la región que habitaron los hijos de Adán.

Intrigado por la historia de aquel libro decidí buscarlo. Benditos estos tiempos donde si algo puede ser nombrado, también tecleado y por tanto localizado. Al momento tenía ante mis ojos, en la pantalla de mi ordenador, las palabras impresas que aquel hombre escribiera milenios atrás y que narran, según él mismo, cómo fue testigo privilegiado de algunos de los más representativos hechos celestiales de la historia de los hombres: la rebelión y caída de los vigilantes, más conocidos como ángeles. Se trata de un escrito de la tradición judía e incluido en los libros apocalípticos.

Al poco de empezar a leer el texto, un dato llamó mi atención. Parece que el autor nos prepara para algo y enumera una serie de evidencias que pretenden poner de manifiesto la mano divina tras algunos de los hechos más comunes en la naturaleza. Sin entender muy bien por qué, despertó mi curiosidad este fragmento:

Observad y ved cómo todos los árboles se secan y cae todo su follaje; excepto catorce árboles cuyo follaje permanece y esperan con todas sus hojas viejas hasta que vengan nuevas…

En concreto la cifra. En la cultura hebrea los números tienen una especial relevancia en cuanto a que suelen tener una lectura más profunda. Digamos que hay una creencia en la intencionalidad de los autores de dejar un mensaje más allá del mensaje, imbuidos quizá por una inspiración divina que se sirve de ellos para encriptar secretos que han de ser revelados en el momento adecuado, a la espera de que otro ser tocado por la intuición celestial manifieste dicho mensaje al mundo.

Por supuesto yo no creía en nada de esto, pero como lector curioso y escritor en búsqueda constante de material con el que alimentar mis textos, rápidamente me interesé por este detalle. En un principio achaqué la exageradamente baja cifra de árboles al limitado conocimiento en materia de botánica de la época. Al fin y al cabo, aún les quedaba mucho mundo por descubrir (o tal vez no) a aquellas primeras civilizaciones y el mundo que conoces es en definitiva el que existe para ti. Por tanto, no me extrañaba que para aquella cultura incipiente el número de árboles o especies de hoja perenne se redujera a catorce.

Aunque soy un gran aficionado, no soy experto en temas de flora y lo primero que hice fue buscar cuántos árboles de hoja perenne se conocen en la actualidad. La lista es interminable. Seguidamente busqué tratados antiguos de botánica e intenté hallar vanamente la cantidad de árboles conocidos en aquella época en las culturas mediterráneas, y después las especies existentes en las regiones de Mesopotamia y Egipto. Se podrá apreciar que soy muy serio y metódico a la hora de perder el tiempo buscando informaciones inútiles.

Finalmente hice una búsqueda con lo más obvio y por lo que debería haber empezado. Introduje en mi buscador “14 árboles”. Aproximadamente 558.000 resultados (0,45 segundos) fue la respuesta inmediata de mi pantalla.

Comencé a repasar minuciosamente aquella extensa lista de resultados hasta que en un lento parpadeo mis ojos tardaron más de lo normal en abrirse y comprendí que iba siendo hora de dar un descanso a aquel aparato y a mi cerebro también.

Sin cerrar el navegador apagué el ordenador y cuando la pantalla se fundía a negro, el enunciado de una entrada allí listada se quedó luciendo en mi memoria visual. No sé por qué en concreto ése, quizá mis ojos se tropezaron sin querer en el último momento con aquellas palabras o puede que mi abotargado cerebro hubiera cedido el control a mi subconsciente, capaz de encontrar relaciones más profundas y que se escapan a la mente analítica. No lo sé. La cuestión es que en un instante me encontraba encendiendo de nuevo el ordenador y repitiendo la búsqueda.

Escribí algunas anotaciones en mi libreta y me fui a la cama. Al día siguiente seguiría con mis investigaciones por aquel camino. Puedo obsesionarme mucho con una cosa, pero cuando el sueño llama a mi puerta no sé negarle la entrada.

Aquella noche soñé con la nada. Un desierto frío y azul y un cielo rojizo sin sol, sin nubes, sin luz. El aire era frío, pero la arena quemaba y de ella manaban vapores de azufre que me provocaban arcadas. En el suelo se abría un círculo enmarcado por unos signos grabados a fuego sobre la arena fundida, eran catorce letras borrosas e indescifrables para mí. En medio de aquel corro emergía un pozo de aguas negras. La superficie era lisa y templada como la de un cristal y sobre ella se reflejaba una luna gibosa y verde que carecía de su réplica real en el firmamento. Como si a través de las aguas se me revelase un secreto imposible de vislumbrar de otro modo. Me asomé entonces a aquel pozo de negrura y las aguas se alzaron hacia mí como una columna de obsidiana, sin emitir un sólo ruido, ni mellar ondulación alguna la tersa composición de aquel estanque detenido en el tiempo. Y observé.

No puedo decir que viera nada, porque los sentidos son la barrera limitante del conocimiento y aquello no se podía concebir con el entendimiento sino con el alma. Entonces soñé una voz y mi consciencia se quebró, se partieron mis huesos y mi cuerpo estalló deshaciéndose en una tormenta de moléculas, desapareciendo todo lo que soy. Una sensación de vértigo, vacío y soledad me invadió y desperté de golpe sintiendo cómo un terror frío mordía los músculos de mi cuerpo empapado en sudor.

El alba derramaba su fría luz a través de la ventana. Mi mujer dormía serena junto a mí, con su vientre abultado pegado a mi cuerpo. Aquel era el temor que me punzaba más hondo. Algo había cambiado en mí. Supe entonces que la vida tal y como la conocemos tocaba a su fin. Y yo tenía ahora la capacidad de verlo e intentaría salvar al menos la parte de mi mundo que más quería.

Aquel día mis sentidos estaban más afinados para encontrar las señales que, sin duda, eran cada vez más claras. No sé cómo explicarlo, pero para mí era evidente que una inteligencia superior y natural estaba gritando su mensaje y el mundo carecía de oídos para captarlo. El universo había dado la alarma y yo parecía ser el único en oír la llamada.

Esa semana fue terrible para mí. Me sentía zarandeado, mareado por la vibración que había entrado en resonancia con mi ser y me aturdía la cabeza, apenas pudiendo prestar atención a nada más. Cada vez estaba más claro y no podía mirar para otro lado. Día a día el final estaba más cerca. La radio, la televisión, los periódicos, internet y las conversaciones en la calle. Todos tenían ante sí la verdad y parecían ignorarla. Bastaba con echar un vistazo a las noticias del día:

Un incendio arrasa la selva del amazonas. Los pobladores nativos del pulmón de la tierra, rendidos al fin ante la ambición de la economía global, deciden hacer la guerra a las máquinas que arrasan su hogar prendiéndole fuego al bosque entero. Cientos de puntos comenzaron a arder al mismo tiempo y el fuego es imparable. El conocimiento que tienen de la selva los indios, envenenados de odio y tristeza, es inmenso tanto para su cuidado como para su destrucción. Es la peor tragedia ecológica de la humanidad. La nube de humo está llegando a Asia.

El bosque milenario de Hambach en Alemania, quizá el más antiguo de Europa con doce milenios a su espalda, está siendo talado con fines mineros en busca de lignito.

Una extraña enfermedad asola el bosque mediterráneo y ya son más de 50 especies las que sin previo aviso se marchitan en una oleada vírica para la que no se encuentra cura.

Un insecto que se coló en un vuelo comercial ha acabado con el real jardín botánico de Kew en Londres, la plaga de este arácnido microscópico ha comenzado a extenderse por los campos londinenses.

Un loco practica certeros cortes con la precisión de un cirujano en los árboles de Central Park a consecuencia de los cuales y sin remedio alguno, los ejemplares afectados se secan a los pocos días. Al jardinero loco, como le llama la prensa estadounidense, le han salido varios imitadores por todo el país.

Las abejas de toda Europa están sucumbiendo ante un hongo que ataca las colmenas cuya propagación por el aire hace muy difícil su erradicación. En consecuencia, miles de especies están quedando sin polinizar y se augura el año con menor índice de floración mundial de la historia.

Mi mujer observaba con preocupación cómo me consumía día a día, mientras la dejaba sola con los preparativos del parto. La noche que ella daba a luz, yo archivaba en mi fichero el raro caso de un bosque de coníferas cuyo comportamiento parecía tornarse semejante al de árboles caducifolios, perdiendo sus hojas en otoño para recuperarlas en primavera. El biólogo noruego que databa el suceso ponía de manifiesto que se trataba de una readaptación de la flora al clima cambiante.

Siempre he sido un egoísta, más por descuido de los demás que por exceso de cuidado conmigo mismo. Ensimismado, hundido en mi mundo, suelo olvidar los problemas de los demás. Pero juro que esta vez nada me preocupaba más que los que me rodeaban. Todos mis actos fueron encaminados a procurar la supervivencia de mis seres queridos.

Tras dar a luz, una pequeña molestia respiratoria que afectaba a mi mujer se vio acentuada, poniendo en peligro su salud. Fue entonces cuando aproveché la ocasión para convencerla, sin causar mayor alarma, de marcharnos al norte donde el aire fresco de la montaña favorecería el alivio de dicha dolencia.

Es aquí donde retomé las investigaciones que de un modo u otro habían alterado mi sensibilidad al problema que se nos venía encima. Sabía que no podía convencer al mundo entero de que la vida se acababa, tampoco quería, pero al menos trataría de salvar mi pequeña porción de vida. Por ese motivo nos mudamos. Si no estaba equivocado, aquél podía ser el único lugar seguro para mi familia.

En este tiempo me había informado del lugar al que habíamos de llegar para supuestamente pasar una larga temporada de retiro. Perdido en las montañas vascas se encuentra el pequeño pueblo de Arméniz, entre cuyos bienes turísticos tiene en su haber un balneario de pretendidas aguas curativas, excusa perfecta para justificar la elección del destino. No podía ser de otra manera siendo el patrón del pueblo San Juan Bautista. Al parecer un caudal de templadas aguas subterráneas nutre las termas.

A mí el pueblo en sí no me interesaba. Pero era el punto más cercano al lugar señalado por el buscador de internet. La búsqueda que hiciera aquella noche febril que parecía perderse ya en las nieblas de mi cabeza me llevaba hasta allí. A pocos kilómetros del pueblo, en un valle rodeado por siete montes, se alzaba un circo de catorce árboles rodeando un pequeño lago formado por un manantial de agua no potable, debido a su contenido en sulfatos, lugar que parecía haberse convertido en un apreciado merendero para los senderistas y peregrinos que cruzaban las montañas. Por ese motivo lo encontré entre la interminable lista de resultados del buscador aquel día.

Aquél y no otro era mi objetivo.

Después del nítido sueño que tuve la noche en que experimenté la revelación, volví a leer el libro de Enoc. Esta vez no aparecían ante mí letras que uniéndose formaran palabras cuyo conjunto diera lugar a frases. La segunda vez que leí el libro de Enoc no vi palabras, contemplé imágenes. Vi éste lugar. Asistí a la reunión de los vigilantes que describe el autor. Comprendí el mensaje. Escuché la llamada.

“Todos pierden sus hojas excepto catorce árboles” se refiere a una predicción apocalíptica, no al número de árboles de hoja perenne. Está citando una de las señales innegables de que se acerca el juicio final: se caerán todas las hojas exceptuando las de aquellos catorce árboles que marcan el único punto seguro en la tierra. El sitio donde tendrá lugar la redención.

Aquel otoño en el que incluso los bosques de hoja perenne estaban perdiendo su manto, era el momento señalado. El tiempo de los hombres tocaba a su fin.

Pero tenía que asegurarme de que el lugar escogido era el correcto. ¿Por qué aquel punto tan poco transcendental y no otro en toda la Tierra? ¿Qué posibilidad había de que hubiera yo encontrado el sitial donde se sentarían los jueces que habían de juzgar a la humanidad? Así pues, me puse a investigar sobre aquel sitio.

Arméniz fue fundado a finales del siglo XI por un señor feudal sin apenas recursos al que le fue concedido aquel terreno baldío tras regresar de la primera santa cruzada de la que, según fuentes escritas, no salió muy bien parado. El noble volvió solo, caminando desde tierra santa sin aceptar montura ni ayuda de nadie en el viaje. No salió una sola palabra de su boca ni mantuvo conversación alguna durante su largo periplo. Cargó todo el camino con un bulto a su espalda por el cual arriesgó incluso su vida, pues, según cuentan los documentos de la época, en él se hallaba el perdón para su alma.

Hasta aquí nada fuera de lo común si pensamos en la clase de fanáticos que emprendían las mal llamadas guerras santas y volvían con el seso trastocado. Pero la historia de Guillermo de Arméniz se dio en contar en los libros de la época por otro motivo.

El noble volvió solo de tierra santa tras ser herido en la batalla, habiendo quedado ciego y mudo, hecho que se considera en los escritos eclesiásticos del lugar como milagroso. Según dicen las historias de los clérigos, una santa reliquia a la que el noble prometió dar digno responso fue la que guio sus pasos hasta el lugar donde habían de ser enterrados los restos sagrados. Posteriormente plantaría catorce semillas del que a partir de entonces sería el emblema de su casa, el quejigo, en torno a la sagrada tumba. De dichos huesos sacros no se conservan los restos, tan solo la leyenda.

Hasta aquí lo que pude averiguar antes de visitar el pueblo en cuestión. Una vez nos asentamos allí pude descubrir algunos datos más de boca de los paisanos y sobre todo de los viejos documentos hallados en su pequeña iglesia románica, así como en el archivo histórico del ayuntamiento.

La primera piedra de la aldea fue plantada en el año 1099. No existe rastro del apellido Arméniz anterior a éste hecho. En las villas y señoríos vecinos, sin embargo, se aseguraba que el pretendido señor no era tal, sino el sirviente de algún caballero muerto en batalla que a cambio de poseer tierras y nombre, entregó su vista al dueño de aquellos supuestos restos sagrados que portaba, quien le guio en su viaje de regreso al que iba a ser el hogar de ambos.

La promesa del caballero no acababa aquí. En un listado de libros y autores ajusticiados por la santa inquisición encontré un tal Rolando Iluna que ardió en la hoguera acusado de herejía tras poner por escrito algunas leyendas del momento, una de las cuales aseguraba que el señor de Arméniz no era mudo, sino que no podía pronunciar palabra bajo amenaza del advenimiento de una bestia que traería en su aliento la muerte.

El desafortunado Rolando contaba que la voz del noble poseía la maldita facultad de conjurar a un ser inmenso y fatal que cubriría la tierra con el erial de su vientre sembrando enfermedad, guerra, hambre y sequía. No pude evitar recordar al Behemot por el cual empezaron mis investigaciones. Según Rolando Iluna, Guillermo de Arméniz habría acarreado desde Jerusalén con los restos de lo que en el libro de Enoc se conoce como vigilante: un ángel.

Cuanto más averiguaba más se entretejían los datos que había recopilado durante todas aquellas semanas.

Cabía la posibilidad entonces de que allí estuvieran enterrados los restos de un ser celestial y esto hacía del lugar el escenario apropiado para el juicio final. En cualquier caso, de lo que no cabía duda es de que algo me llevaba expresamente hacia allí.

Con la intención de conocer más a fondo su historia y presentar mis respetos a don Guillermo de Arméniz, busqué el lugar de su sepultura, pero no hallé tumba alguna. Tampoco fechas que me aclarasen cuándo nació o murió dicho personaje.

Desde el despacho de turismo provincial me contaron que la tumba se suponía en la torre del noble que fue arrasada en las guerras carlistas, cuando los aposentos del fundador del pueblo fueron usados como polvorín. En cuanto a las fechas, me ofreció una estimación que bailaba cerca de un cuarto de siglo arriba o abajo respecto a su nacimiento y no había consenso ni datos oficiales en relación al origen del noble ni a su fallecimiento. También me dejó caer que, aunque se considerase histórico, no dejaba de ser un personaje de leyenda.

Siguiendo la pista de las guerras carlistas encontré escritos del diario de un combatiente de la zona, Mikel Zahínos, que se refiere al lugar que nos ocupa como laguna muerta, debido a que no se da vida en el interior del manantial negro y según cuentan las gentes del pueblo, los animales y personas que bebían de estas aguas morían cayendo a su interior y desapareciendo para siempre.

Atendiendo a los garabateos de Zahínos, la laguna muerta fue testigo de una trifulca entre carlistas, quienes tenían en el torreón de Arméniz su polvorín, e isabelinos. Al parecer éstos últimos batieron en retirada a los primeros tras hacer saltar por los aires la torre con todo su arsenal. Entre las filas carlistas se encontraba ese día el tal Mikel, quien herido de un perdigonazo cayó al pie de la laguna, allí cita que fue testigo de una revelación, pues entre las aguas negras, cuenta, se le presentó la virgen envuelta en un halo verdoso, quien lo escondió de la vista de los isabelinos que pasaron de largo acribillando el resto de los huidos.

Esta historia no fue admitida por las fuentes oficiales de la época quienes dan en contar que el soldado Zahínos se ocultó cobardemente bajo el agua y cuando pasaron los del bando contrario se unió a ellos en la matanza de sus propios compañeros, motivo por el cual se inventaría la historia. Precisamente por ello fue indultado por el alcalde de entonces, quien además señalaba cierta “debilidad mental” en el individuo.

Hubo otra historia de guerra que me sobrecogió, pues según cuenta en su libro sobre la guerra civil un historiador de la zona, laguna muerta era el lugar de fusilamiento habitual durante aquellos años de terror. Citando testimonios locales, cuenta que se situaba a los condenados de cara a la laguna y una vez muertos se les dejaba flotando allí, no tardando en corromperse sus cuerpos debido a la composición del agua, haciendo del fondo del lago negro una fosa común.

En la hemeroteca del pueblo encontré recortes de la prensa en los que el nombre de Arméniz había paseado por las imprentas de todo el país. Había más pena que gloria en aquellas menciones.

Tristemente famoso fue en los diarios de la época franquista el caso del hombre del saco de Arméniz. En 1956 la guardia civil abatía a tiros en el llano de laguna muerta a Vitorino Arreitia de 48 años, porquero y natural de Arméniz. El porquero era buscado por ser el sospechoso de la desaparición de ocho pequeños del pueblo. Niños y niñas que desaparecían de sus hogares para no volver jamás. Nunca se encontraron los cuerpos, pero en la pocilga de Arreitia situada en el llano de la laguna se hallaron restos de las ropas de los críos. Los agentes llegaron a tiempo de rematar al desgraciado Vitorino, quien ya había sido encontrado por una turba de vecinos encabezada por los progenitores de las víctimas y al que apenas le quedaba un halo de vida, ni miembro en su sitio.

En aquel momento no quise o no pude ver la relación entre aquellos actos grotescos e infames y el lugar. Hoy soy víctima y testigo de ello, pero entonces no supe que el mal era efectivamente llamado a aquel punto de la geografía. Y existía un motivo.

Una mañana me desperté con la convicción de que el día había llegado. En mi delirio estaba convencido de que tenía que llevar a mi mujer y mi hija a aquel lugar sagrado porque el mundo se nos iba a venir encima.

Con la excusa de hacer una excursión familiar me las llevé al llano de laguna muerta. Se podía acceder hasta allí a través de una carretera comarcal que desembocaba en un camino de tierra, el cual era transitable en vehículo sólo hasta la mitad. Había que ascender el último trecho andando.

Yo llevaba a nuestra hija en una mochila sobre el pecho quien, al traqueteo de mis apresuradas pisadas, aprovechó para echar una siesta. Mi mujer caminaba tras nosotros levantando constantemente quejas acerca del ritmo que la obligaba a mantener.

En todo momento traté de mostrar serenidad para no asustarlas. Parecía que con la pequeña había funcionado, sin embargo, mi mujer cada vez estaba más extrañada de mi comportamiento y me seguía con cierto recelo. Yo argumentaba que sólo quería pasar un día de campo en familia y que me habían hablado de un lugar magnífico que quería enseñarles donde podríamos ver una lluvia de hojas cayendo de los árboles.

Excepto catorce árboles cuyo follaje permanece.

Tras la última colina, el llano se abrió ante nosotros. En medio de aquel valle sumido de lleno en el ocre del otoño, un círculo de árboles ofensivamente verdes. Ya no oía a mi mujer pidiéndome descansar un momento. Mi mirada se aferró a aquel corro de árboles y mis pasos me condujeron firmes hacia él.

Cuando crucé el circo de árboles se hizo el silencio. En medio de aquel corro una pequeña laguna negra desprendía un ligero olor a huevos podridos. Su superficie era tersa como la de un espejo y algo me llamaba desde su interior. En apenas diez pasos estuve junto a la orilla, abstraído de toda realidad que no fuese la profunda negrura de sus aguas.

Una pequeña mano resbalando por mi cara reclamó mi atención. Cuando miré hacia abajo descubrí que mi hija había despertado y lloraba amargamente, aunque apenas podía escuchar el eco lejano de su llanto. Del mismo modo, oí como si estuviera a kilómetros de distancia los gritos de mi mujer que avanzaba corriendo hacia allí. Las lágrimas resbalaban por su rostro y traía el gesto compungido. Me pedía que parara.

Ahora me doy cuenta de la locura que estuve a punto de cometer. No era consciente de lo que hacía pues mi consciencia había sido raptada y mis actos sólo obedecían a la llamada de la laguna negra.

Estaba a punto de arrojarme al agua cuando un vestigio de cordura me hizo actuar de aquella manera. Solté los broches que sujetaban a mi hija contra mi pecho y la dejé caer sobre la hierba de la orilla mientras mis pies me llevaban irrevocablemente hacia las aguas.

En un momento me encontraba en el centro de la laguna, en pie sobre su sólida superficie. De pronto un sonido o un temblor, como si una cuerda del diámetro terrestre hubiera sido pulsada, sacudió el mundo entero con una violencia indecible. El suelo se fundió bajo mis pies, que se hundieron en el agua. Y caí.

Caí dentro de aquellas aguas negras que se abrieron para devorarme. En un momento estaba suspendido en el vacío y al siguiente un frío helador me abrazaba atravesando mis músculos con mil agujas. Estaba sumergido en las profundidades oscuras de la laguna. Abrí los ojos y sentí como me ardían al contacto con el líquido. 

Aquella conjunción de malestares hizo que despertase del trance y cobrase consciencia de mi situación. Me encontraba en la más cerrada tiniebla sin referencias de mi posición dentro de aquel caldero de aguas negras que era inmensamente más vasto allí abajo que la parte que asomaba a la superficie. Tenía los ojos abiertos y no veía absolutamente nada. Me invadió la ansiedad y un terror inenarrable recorrió mi columna como un latigazo. Me disponía a comenzar el ascenso hacia donde suponía se hallaba la superficie cuando un resplandor verdoso surgió del fondo abriéndose paso a través de la densa penumbra.

Fijé mi vista allí y lo que contemplé aún hoy me quita el sueño. Una inmensa y fulgurante luna verde se abría en el fondo del pantano, iluminándolo pobremente. Éste se hallaba sembrado de cadáveres cuyos cuerpos se mecían como un bosque de algas marinas movidas al unísono por la marea. Sobre la franja de luz verde, un trono de raíces sostenía encadenado a un cadavérico anciano cuyo escaso cabello se extendía flotando hasta perderse en los confines de la oscuridad.

El anciano alzó su mirada de cuencas vacías hacia mí y contemplé su gesto de mandíbulas apretadas, conteniendo el grito. Apenas era huesos y pellejo asomando como una siniestra tortuga a través de una oxidada armadura donde aún se distinguía el emblema de un quejigo. En un leve movimiento trató de liberar las manos de su asidero y después bajó la cabeza con resignación hacia su pecho.

En aquel momento tras el respaldo nudoso de raíces asomaron unas manos blancas y delicadas. De allí emergió una bellísima criatura de piel fina y completamente lisa como el marfil, sin pliegues ni prominencias, de cabeza redonda y sin un solo rasgo facial salvo sus ojos, que clavaron sobre mí una mirada de abismos negros que se hundían hasta el infinito en aquel ser de luz. A su espalda se desplegaron dos inmensos apéndices que parecían las velas rotas de un barco naufragado. Me señaló con un larguísimo dedo y batió sus alas despegando del suelo una oleada de cieno y avanzando veloz hacia mí.

En el mismo instante la inmensa franja verdosa se movió barriendo el fondo y se hizo más estrecha dirigiendo su luz hacia donde yo me encontraba. ¡Era un ojo colosal! Y me estaba mirando. A juzgar por el tamaño de aquella pupila cetrina, el ser al que pertenecía debía ser kilométrico. Sentí que las entrañas tenebrosas de la tierra me miraban.

El poco aire que quedaba en mis pulmones escapó de mi cuerpo en burbujas que me señalaron el camino hacia la superficie. Nadé con todas mis fuerzas hacia allí hasta sentir cómo me ardía el pecho.

Ya había tragado la primera bocanada de agua cuando sentí una mano que se aferraba firmemente a mi camisa y al momento era escupido a la orilla. Tras recibir un fuerte golpe en la espalda vomité una buena cantidad de agua negra y cuando sentí que el aire volvía a entrar en mis pulmones, me tumbé sobre el suelo.

Al volverme, una cara atolondrada me recibió con una sonrisa desigual de dientes torcidos. Un sombrero de paja daba sombra a una mirada tras la que no parecía haber mucha actividad.

—¿Dónde está mi hija? —pregunté alarmado mientras buscaba con la mirada. Empezaba a comprender lo que había estado a punto de hacer.

Aquel tipo se encogió de hombros y tras limpiarse la baba con el dorso de la mano pronunció una retahíla que me costó entender.

S`habrá  marchau. Yo m`acercau pues oirr gritar y ruido. Si no t`echo mano pues acaba allá al fondo con losequeleto. Soy Kepa —dijo ladeando la cabeza.

—Sí, gracias —respondí yo tratando de descifrar sus palabras.

Aquel individuo iba vestido con un pantalón de agua arremetido dentro de los calcetines, llevaba una caña al hombro cuyo cebo era una ardilla muerta y no me quitaba ojo de encima mientras sorbía cada poco los mocos que caían de su nariz.

De pronto unos pasos interrumpieron el extraño momento. Un guardia civil me cogió por los hombros y tras preguntarme si estaba bien y confirmar mi identidad, me pidió que le acompañara.

—No llevárselo, que es bueno —protestaba el extraño pescador apenado.

—Sacad a éste de aquí, haced el favor —dijo el agente de más gradación señalando a mi singular salvador.

—Hala Zahínos, vete a pescar ángeles a otro lado —dijo el subordinado con sorna mientras se lo llevaba.

Yo miré sorprendido al pescador quien me sonrió enseñando una hilera de dientes torcidos y cruzó un dedo ante su boca en señal de silencio.

Tras pasar un par de noches en el calabozo los agentes me contaron que mi mujer y mi hija estaban bien, pero que no gracias a mí. Al poco firmé los papeles del divorcio y ahora tengo que ver a una psiquiatra una vez por semana para poder optar a hacer visitas a la niña.  

No he vuelto a poner un pie en aquel pueblo del demonio, aunque lo visito cada noche en sueños.

Seguí tratando de explicarme qué había pasado en aquel lugar. En mi desesperación por encontrar respuesta me desplacé hasta una extraña librería esotérica, especializada en ocultismo, situada en Barcelona. Allí consulté multitud de libros y con la ayuda de la anciana librera descubrí algunas cosas que no me atrevo a decir si arrojan más luz o sombras sobre el asunto.

Lo cierto es que conseguí un ejemplar del citado libro de Rolando Iluna, de quien me dijo la anciana que fue un afamado místico y alquimista del siglo XIII y me puso sobre la pista de un texto de anotaciones sobre otra obra suya de la que no quedó ningún ejemplar, in tenebris. En dicha obra se enumeraban algunas de las criaturas que moran las tinieblas.

Entre otras bestias hablaba sobre el Behemot, el cual dice, se halla sumido en un estado de letargo bajo la tierra a la espera de oír la voz de su amo para desatar la devastación más absoluta en el reino de los hombres. El amo de esta criatura carece de rostro y por tanto de boca. Mediante promesas y engaños acerca de la capacidad de conferir riquezas y fama al que la porte, entregó su voz a un ser humano a cambio de sus ojos; quien tras conocer la facultad destructiva de ésta optó por enmudecer.

El genio maligno mantiene con vida al portador de su voz, ante cuya vista hace desfilar los peores crímenes de la humanidad para que pierda la fe y en un grito desgarrador despierte a la bestia que ha de acabar con el mundo.

El dueño de la bestia no es otro que el vigilante del que habla Enoc. El ángel caído cuyos restos portó Guillermo de Arméniz desde tierra santa trayendo consigo la maldición eterna. Rolando Iluna cuenta que son 14 las letras que conforman el nombre del ángel caído.

Yo fui uno de los llamados por este ser y en mi locura estuve a punto de cometer un acto atroz. No eludo mi responsabilidad.

La psiquiatra me ha dicho que debo escribir todo lo que creo que ocurrió para así leerlo y convencerme de lo irreal del asunto. Piensa que, igual que hiciera Mikel Zahínos, me invento una historia extraordinaria para poder continuar con mi vida libre de culpa.

  Pase lo que pase, mi vida ya nunca volverá a ser igual. No sé si el tiempo del que habla Enoc ha llegado aún o si realmente me estoy volviendo loco, pero esta mañana volvía a despertarme con una noticia que parece repetir como un eco el mismo mensaje cada día: Un informe de las Naciones Unidas advierte de que el avance del desierto es ya irrevocable.

El Behemot ya está aquí.


Jerga Aciago

22 comentarios:

  1. Hola! Yo quisiera saber más...
    Que ha pasado hasta el día de hoy?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola eva usted sabe más del asunto pues si por cualquier cosa me puede avisar a mi correo

      publicalicante@gmail.com

      Eliminar
    2. Sólo ha de encender la televisión, leer los periódicos, escuchar la radio o buscar información en internet... Eso es lo que está pasando hasta el día de hoy.

      Eliminar
  2. La verdad esta muy interesante la historia pero al fin que paso y que descubrió en los libros y el la biblioteca

    ResponderEliminar
    Respuestas

    1. -SPOILER ALERT-






      Como dice el texto, encontré un libro de citas del místico del s.XIII, en él se decía que el Behemot es una bestia que duerme bajo la tierra esperando escuchar la voz de su amo para sembrar la devastación absoluta. El amo de esta criatura es el ángel caído que trajo consigo Guillermo de Arméniz. El ser celestial engañó a éste, prometiéndole tierras y nombrándole caballero a cambio de que aceptase la voz del caído. Una voz que desataría el Apocalipsis. Por este motivo, Guillermo de Arméniz decidió enmudecer, aunque su vida se prolongue toda la eternidad bajo una laguna mientras ve desfilar el horror ante sí que le muestra el ángel caído para hacerle despertar al Behemot.

      Gracias por leer.

      Eliminar
  3. Mi amigo noté mucho y así como usted no puedo evitar la curiosidad de por qué en todo lo que a comentado no se nombra nunca a Dios ?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No creo que exista un único dios, creo que se trata de un error de interpretación o traducción de los textos antiguos fruto de los eones transcurridos desde que la historia fue vivida y contada. Los primigenios esperan en un sueño eterno bajo el suelo y el mar a que las estrellas estén preparadas para ocupar de nuevo su lugar en la tierra.

      Eliminar
  4. La mejor jugada del primer traidor al Dios verdadero, es hacer pensar que no existe, la segunda mejor jugada, es hacer creer al hombre que el único Dios verdadero es el culpable de toda catástrofe y la tercera mejor jugada es imponer la venida al hombre. Behemot en silencio mueve sus garras hasta que su amo le.ordene dar el zarpazo y la ceguera del humano será la culpable

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. DIOS Te Bendiga Este Es Mí Numero Porfavor Si Ves Esto Escríbeme ±56964273592

      Eliminar
  5. En conclusion esos 14 arboles que significan

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. -SPOILER ALERT-



      Son las letras que conforman el nombre del Vigilante...mejor no pronunciarlo aquí.

      Eliminar
    2. Por que no se pueden pronunciar por aquí???

      Como las puedo saber??

      Eliminar
  6. En internet no aparece ni la más remota historia sobre el el señor Guillermo de armenis

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En internet no está todo. Quizá si se acercara a la villa de Arméniz le cuenten con gusto algo sobre este personaje al que se le considera mitad leyenda mitad histórico.

      Eliminar
  7. BUENAS TARDE EL LIBRO DE ENOC ES UN LIBRO PARA FINALES DE LOS TIEMPOS GRACIAS POR EL APORTE DE LOS ARBOLES.

    ResponderEliminar
  8. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  9. Buenos días, en primer lugar quería agradecer el interés mostrado por el relato y sus comentarios. Debo decirles, que aunque está basado en una serie de búsquedas reales que lo inspiraron, es un texto de ficción. Hay en él hechos históricos y referencia a algunas obras y personas que son reales pero la mayoría de personajes que en él aparecen son ficticios.

    Gracias por leer. Compartan si tienen el gusto.


    Aunque quizá esto lo escribo para que nadie, nunca, siga mis pasos tras esta historia...

    ResponderEliminar
  10. Cuál fue el acto atroz que estuviste a punto de cometer?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Llamado por oscuras fuerzas, a punto de sumergirse en las frías aguas de la laguna negra con su hijita, en un sacrificio que quizá hubiese hecho quebrarse la voz del caballero Guillermo de Arméniz, desencadenando el despertar del Behemoth y con ello el fin del mundo.

      Eliminar
  11. Hola, estimado. A usted le fue revelado un portal del abismo. Ahora lo que debe buscar es la salvación de su alma y el perdón de sus pecado. Y lo debe buscar con el mismo ahínco que indagó en los misterios de Dios. He aquí un misterio He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados...Ahora bien debes buscar no en libros ni sabiduría humana, sino en espiritu de Dios.

    ResponderEliminar
  12. La oscuridad y el abismo es la única certeza en el universo, pues la luz es un añadido que algún día se extinguirá, y la moral un invento que evidencia lo obtuso del ser humano.

    ResponderEliminar