Siempre he sido una persona curiosa, si algo
me genera dudas tengo que buscar de inmediato la respuesta. En cierto sentido
es como tener sed, una carencia que necesito satisfacer. No siempre encuentro
una respuesta y a menudo no es la que espero. En una ocasión esta sed casi
termina por ahogarme.
Leyendo uno de los cuentos de Edgar Allan Poe
me surgieron algunas dudas, como a menudo me suele ocurrir, acerca de ciertas
palabras y nombres extraños y fantásticos que salpican los textos del genio de
Boston. Es común que una consulta me lleve a otra y acabe perdido entre
búsquedas interminables de conceptos, corrientes de pensamiento, historias
increíbles y misterios.
Normalmente, cuando me canso y me empiezan a
picar los ojos, cierro los libros, apago el ordenador y me acuesto. Pero esta
historia me obsesionó al momento, pues los datos me llevaban azarosamente hacia
otros descubrimientos que parecieran inconexos en un principio, pero que
llamaban poderosamente mi atención. Como si se tratase de pistas, se me fueron
revelando una serie de coincidencias que me llevaban innegablemente hacia algún
lugar, por algún motivo. ¡Ay, si hubiera sabido entonces lo que sé ahora!
El protagonista de mis pesquisas en este caso
fue Behemot, una bestia fantástica nombrada en algunos libros de la cultura
judía, ligado a los orígenes del ser humano según la fe hebrea. Se ha relacionado
a este ser con algunos animales existentes en la zona septentrional de África,
como los elefantes, búfalos de agua o el hipopótamo; del mismo modo que el
leviatán se asocia con el cocodrilo, animales todos ellos frecuentes en las
inmediaciones del Nilo y el suroeste asiático. Se cree que estos pudieron
inspirar aquellas bestias en la imaginación de los autores bíblicos.
Este ser me condujo hasta Enoc, un personaje mencionado
en algunos libros de la biblia y autor de un texto catalogado por la iglesia de
apócrifo en el cual se nombra a esta criatura. Existen varios Enoc en la
historia bíblica, se cree que éste al que nos referimos era el nieto de Noé, el
del diluvio. Me impresionó saber que la historia del diluvio ya fue descrita en
la epopeya mesopotámica de Gilgamesh, fechada en el segundo milenio antes de
Cristo. Tan lejos se remontan las piezas de este enigma.
Pues bien, en el libro de Enoc, aquella
criatura es referida del siguiente modo:
Y en ese día
se separarán dos monstruos, una hembra llamada Leviatán, que morará en el
abismo sobre donde manan las aguas, y un macho llamado Behemot, y ocupará con
sus pechos un desierto inmenso llamado Dandain.
Parece ser que estas bestias son dos caras de
un todo, símbolo quizá de la región que habitaron los hijos de Adán.
Intrigado por la historia de aquel libro
decidí buscarlo. Benditos estos tiempos donde si algo puede ser nombrado,
también tecleado y por tanto localizado. Al momento tenía ante mis ojos, en la
pantalla de mi ordenador, las palabras impresas que aquel hombre escribiera
milenios atrás y que narran, según él mismo, cómo fue testigo privilegiado de
algunos de los más representativos hechos celestiales de la historia de los
hombres: la rebelión y caída de los vigilantes, más conocidos como ángeles. Se
trata de un escrito de la tradición judía e incluido en los libros apocalípticos.
Al poco de empezar a leer el texto, un dato
llamó mi atención. Parece que el autor nos prepara para algo y enumera una
serie de evidencias que pretenden poner de manifiesto la mano divina tras
algunos de los hechos más comunes en la naturaleza. Sin entender muy bien por
qué, despertó mi curiosidad este fragmento:
Observad y
ved cómo todos los árboles se secan y cae todo su follaje; excepto catorce
árboles cuyo follaje permanece y esperan con todas sus hojas viejas hasta que
vengan nuevas…
En concreto la cifra. En la cultura hebrea los
números tienen una especial relevancia en cuanto a que suelen tener una lectura
más profunda. Digamos que hay una creencia en la intencionalidad de los autores
de dejar un mensaje más allá del mensaje, imbuidos quizá por una inspiración
divina que se sirve de ellos para encriptar secretos que han de ser revelados
en el momento adecuado, a la espera de que otro ser tocado por la intuición
celestial manifieste dicho mensaje al mundo.
Por supuesto yo no creía en nada de esto, pero
como lector curioso y escritor en búsqueda constante de material con el que
alimentar mis textos, rápidamente me interesé por este detalle. En un principio
achaqué la exageradamente baja cifra de árboles al limitado conocimiento en
materia de botánica de la época. Al fin y al cabo, aún les quedaba mucho mundo
por descubrir (o tal vez no) a aquellas primeras civilizaciones y el mundo que
conoces es en definitiva el que existe para ti. Por tanto, no me extrañaba que
para aquella cultura incipiente el número de árboles o especies de hoja perenne
se redujera a catorce.
Aunque soy un gran aficionado, no soy experto en
temas de flora y lo primero que hice fue buscar cuántos árboles de hoja perenne
se conocen en la actualidad. La lista es interminable. Seguidamente busqué
tratados antiguos de botánica e intenté hallar vanamente la cantidad de árboles
conocidos en aquella época en las culturas mediterráneas, y después las
especies existentes en las regiones de Mesopotamia y Egipto. Se podrá apreciar
que soy muy serio y metódico a la hora de perder el tiempo buscando
informaciones inútiles.
Finalmente hice una búsqueda con lo más obvio
y por lo que debería haber empezado. Introduje en mi buscador “14 árboles”. Aproximadamente 558.000 resultados (0,45
segundos) fue la respuesta inmediata de mi pantalla.
Comencé a repasar minuciosamente aquella
extensa lista de resultados hasta que en un lento parpadeo mis ojos tardaron
más de lo normal en abrirse y comprendí que iba siendo hora de dar un descanso
a aquel aparato y a mi cerebro también.
Sin cerrar el navegador apagué el ordenador y
cuando la pantalla se fundía a negro, el enunciado de una entrada allí listada
se quedó luciendo en mi memoria visual. No sé por qué en concreto ése, quizá
mis ojos se tropezaron sin querer en el último momento con aquellas palabras o
puede que mi abotargado cerebro hubiera cedido el control a mi subconsciente,
capaz de encontrar relaciones más profundas y que se escapan a la mente
analítica. No lo sé. La cuestión es que en un instante me encontraba
encendiendo de nuevo el ordenador y repitiendo la búsqueda.
Escribí algunas anotaciones en mi libreta y me
fui a la cama. Al día siguiente seguiría con mis investigaciones por aquel
camino. Puedo obsesionarme mucho con una cosa, pero cuando el sueño llama a mi
puerta no sé negarle la entrada.
Aquella noche soñé con la nada. Un desierto
frío y azul y un cielo rojizo sin sol, sin nubes, sin luz. El aire era frío,
pero la arena quemaba y de ella manaban vapores de azufre que me provocaban
arcadas. En el suelo se abría un círculo enmarcado por unos signos grabados a
fuego sobre la arena fundida, eran catorce letras borrosas e indescifrables
para mí. En medio de aquel corro emergía un pozo de aguas negras. La superficie
era lisa y templada como la de un cristal y sobre ella se reflejaba una luna
gibosa y verde que carecía de su réplica real en el firmamento. Como si a
través de las aguas se me revelase un secreto imposible de vislumbrar de otro
modo. Me asomé entonces a aquel pozo de negrura y las aguas se alzaron hacia mí
como una columna de obsidiana, sin emitir un sólo ruido, ni mellar ondulación
alguna la tersa composición de aquel estanque detenido en el tiempo. Y observé.
No puedo decir que viera nada, porque los
sentidos son la barrera limitante del conocimiento y aquello no se podía
concebir con el entendimiento sino con el alma. Entonces soñé una voz y mi
consciencia se quebró, se partieron mis huesos y mi cuerpo estalló
deshaciéndose en una tormenta de moléculas, desapareciendo todo lo que soy. Una
sensación de vértigo, vacío y soledad me invadió y desperté de golpe sintiendo
cómo un terror frío mordía los músculos de mi cuerpo empapado en sudor.
El alba derramaba su fría luz a través de la
ventana. Mi mujer dormía serena junto a mí, con su vientre abultado pegado a mi
cuerpo. Aquel era el temor que me punzaba más hondo. Algo había cambiado en mí.
Supe entonces que la vida tal y como la conocemos tocaba a su fin. Y yo tenía
ahora la capacidad de verlo e intentaría salvar al menos la parte de mi mundo
que más quería.
Aquel día mis sentidos estaban más afinados
para encontrar las señales que, sin duda, eran cada vez más claras. No sé cómo
explicarlo, pero para mí era evidente que una inteligencia superior y natural
estaba gritando su mensaje y el mundo carecía de oídos para captarlo. El
universo había dado la alarma y yo parecía ser el único en oír la llamada.
Esa semana fue terrible para mí. Me sentía
zarandeado, mareado por la vibración que había entrado en resonancia con mi ser
y me aturdía la cabeza, apenas pudiendo prestar atención a nada más. Cada vez
estaba más claro y no podía mirar para otro lado. Día a día el final estaba más
cerca. La radio, la televisión, los periódicos, internet y las conversaciones
en la calle. Todos tenían ante sí la verdad y parecían ignorarla. Bastaba con
echar un vistazo a las noticias del día:
Un incendio
arrasa la selva del amazonas. Los pobladores nativos del pulmón de la tierra, rendidos
al fin ante la ambición de la economía global, deciden hacer la guerra a las
máquinas que arrasan su hogar prendiéndole fuego al bosque entero. Cientos de
puntos comenzaron a arder al mismo tiempo y el fuego es imparable. El
conocimiento que tienen de la selva los indios, envenenados de odio y tristeza,
es inmenso tanto para su cuidado como para su destrucción. Es la peor tragedia
ecológica de la humanidad. La nube de humo está llegando a Asia.
El bosque
milenario de Hambach en Alemania, quizá el más antiguo de Europa con doce
milenios a su espalda, está siendo talado con fines mineros en busca de
lignito.
Una extraña
enfermedad asola el bosque mediterráneo y ya son más de 50 especies las que sin
previo aviso se marchitan en una oleada vírica para la que no se encuentra
cura.
Un insecto
que se coló en un vuelo comercial ha acabado con el real jardín botánico de Kew
en Londres, la plaga de este arácnido microscópico ha comenzado a extenderse
por los campos londinenses.
Un loco
practica certeros cortes con la precisión de un cirujano en los árboles de
Central Park a consecuencia de los cuales y sin remedio alguno, los ejemplares
afectados se secan a los pocos días. Al jardinero loco, como le llama la prensa
estadounidense, le han salido varios imitadores por todo el país.
Las abejas de
toda Europa están sucumbiendo ante un hongo que ataca las colmenas cuya
propagación por el aire hace muy difícil su erradicación. En consecuencia,
miles de especies están quedando sin polinizar y se augura el año con menor
índice de floración mundial de la historia.
…
Mi mujer observaba con preocupación cómo me
consumía día a día, mientras la dejaba sola con los preparativos del parto. La
noche que ella daba a luz, yo archivaba en mi fichero el raro caso de un bosque
de coníferas cuyo comportamiento parecía tornarse semejante al de árboles
caducifolios, perdiendo sus hojas en otoño para recuperarlas en primavera. El
biólogo noruego que databa el suceso ponía de manifiesto que se trataba de una
readaptación de la flora al clima cambiante.
Siempre he sido un egoísta, más por descuido
de los demás que por exceso de cuidado conmigo mismo. Ensimismado, hundido en
mi mundo, suelo olvidar los problemas de los demás. Pero juro que esta vez nada
me preocupaba más que los que me rodeaban. Todos mis actos fueron encaminados a
procurar la supervivencia de mis seres queridos.
Tras dar a luz, una pequeña molestia
respiratoria que afectaba a mi mujer se vio acentuada, poniendo en peligro su
salud. Fue entonces cuando aproveché la ocasión para convencerla, sin causar mayor
alarma, de marcharnos al norte donde el aire fresco de la montaña favorecería el
alivio de dicha dolencia.
Es aquí donde retomé las investigaciones que
de un modo u otro habían alterado mi sensibilidad al problema que se nos venía
encima. Sabía que no podía convencer al mundo entero de que la vida se acababa,
tampoco quería, pero al menos trataría de salvar mi pequeña porción de vida.
Por ese motivo nos mudamos. Si no estaba equivocado, aquél podía ser el único
lugar seguro para mi familia.
En este tiempo me había informado del lugar al
que habíamos de llegar para supuestamente pasar una larga temporada de retiro.
Perdido en las montañas vascas se encuentra el pequeño pueblo de Arméniz, entre
cuyos bienes turísticos tiene en su haber un balneario de pretendidas aguas
curativas, excusa perfecta para justificar la elección del destino. No podía
ser de otra manera siendo el patrón del pueblo San Juan Bautista. Al parecer un
caudal de templadas aguas subterráneas nutre las termas.
A mí el pueblo en sí no me interesaba. Pero era
el punto más cercano al lugar señalado por el buscador de internet. La búsqueda
que hiciera aquella noche febril que parecía perderse ya en las nieblas de mi
cabeza me llevaba hasta allí. A pocos kilómetros del pueblo, en un valle
rodeado por siete montes, se alzaba un circo de catorce árboles rodeando un
pequeño lago formado por un manantial de agua no potable, debido a su contenido
en sulfatos, lugar que parecía haberse convertido en un apreciado merendero
para los senderistas y peregrinos que cruzaban las montañas. Por ese motivo lo
encontré entre la interminable lista de resultados del buscador aquel día.
Aquél y no otro era mi objetivo.
Después del nítido sueño que tuve la noche en
que experimenté la revelación, volví a leer el libro de Enoc. Esta vez no
aparecían ante mí letras que uniéndose formaran palabras cuyo conjunto diera
lugar a frases. La segunda vez que leí el libro de Enoc no vi palabras, contemplé
imágenes. Vi éste lugar. Asistí a la reunión de los vigilantes que describe el
autor. Comprendí el mensaje. Escuché la llamada.
“Todos pierden sus hojas excepto catorce
árboles” se refiere a una predicción apocalíptica, no al número de árboles de
hoja perenne. Está citando una de las señales innegables de que se acerca el
juicio final: se caerán todas las hojas exceptuando las de aquellos catorce
árboles que marcan el único punto seguro en la tierra. El sitio donde tendrá
lugar la redención.
Aquel otoño en el que incluso los bosques de
hoja perenne estaban perdiendo su manto, era el momento señalado. El tiempo de
los hombres tocaba a su fin.
Pero tenía que asegurarme de que el lugar
escogido era el correcto. ¿Por qué aquel punto tan poco transcendental y no
otro en toda la Tierra? ¿Qué posibilidad había de que hubiera yo encontrado el
sitial donde se sentarían los jueces que habían de juzgar a la humanidad? Así pues,
me puse a investigar sobre aquel sitio.
Arméniz fue fundado a finales del siglo XI por
un señor feudal sin apenas recursos al que le fue concedido aquel terreno
baldío tras regresar de la primera santa cruzada de la que, según fuentes
escritas, no salió muy bien parado. El noble volvió solo, caminando desde
tierra santa sin aceptar montura ni ayuda de nadie en el viaje. No salió una
sola palabra de su boca ni mantuvo conversación alguna durante su largo
periplo. Cargó todo el camino con un bulto a su espalda por el cual arriesgó
incluso su vida, pues, según cuentan los documentos de la época, en él se
hallaba el perdón para su alma.
Hasta aquí nada fuera de lo común si pensamos
en la clase de fanáticos que emprendían las mal llamadas guerras santas y
volvían con el seso trastocado. Pero la historia de Guillermo de Arméniz se dio
en contar en los libros de la época por otro motivo.
El noble volvió solo de tierra santa tras ser
herido en la batalla, habiendo quedado ciego y mudo, hecho que se considera en
los escritos eclesiásticos del lugar como milagroso. Según dicen las historias
de los clérigos, una santa reliquia a la que el noble prometió dar digno
responso fue la que guio sus pasos hasta el lugar donde habían de ser
enterrados los restos sagrados. Posteriormente plantaría catorce semillas del
que a partir de entonces sería el emblema de su casa, el quejigo, en torno a la
sagrada tumba. De dichos huesos sacros no se conservan los restos, tan solo la
leyenda.
Hasta aquí lo que pude averiguar antes de
visitar el pueblo en cuestión. Una vez nos asentamos allí pude descubrir algunos
datos más de boca de los paisanos y sobre todo de los viejos documentos
hallados en su pequeña iglesia románica, así como en el archivo histórico del
ayuntamiento.
La primera piedra de la aldea fue plantada en
el año 1099. No existe rastro del apellido Arméniz anterior a éste hecho. En
las villas y señoríos vecinos, sin embargo, se aseguraba que el pretendido
señor no era tal, sino el sirviente de algún caballero muerto en batalla que a
cambio de poseer tierras y nombre, entregó su vista al dueño de aquellos
supuestos restos sagrados que portaba, quien le guio en su viaje de regreso al
que iba a ser el hogar de ambos.
La promesa del caballero no acababa aquí. En
un listado de libros y autores ajusticiados por la santa inquisición encontré
un tal Rolando Iluna que ardió en la hoguera acusado de herejía tras poner por
escrito algunas leyendas del momento, una de las cuales aseguraba que el señor
de Arméniz no era mudo, sino que no podía pronunciar palabra bajo amenaza del
advenimiento de una bestia que traería en su aliento la muerte.
El desafortunado Rolando contaba que la voz
del noble poseía la maldita facultad de conjurar a un ser inmenso y fatal que
cubriría la tierra con el erial de su vientre sembrando enfermedad, guerra,
hambre y sequía. No pude evitar recordar al Behemot por el cual empezaron mis investigaciones.
Según Rolando Iluna, Guillermo de Arméniz habría acarreado desde Jerusalén con
los restos de lo que en el libro de Enoc se conoce como vigilante: un ángel.
Cuanto más averiguaba más se entretejían los
datos que había recopilado durante todas aquellas semanas.
Cabía la posibilidad entonces de que allí
estuvieran enterrados los restos de un ser celestial y esto hacía del lugar el
escenario apropiado para el juicio final. En cualquier caso, de lo que no cabía
duda es de que algo me llevaba expresamente hacia allí.
Con la intención de conocer más a fondo su
historia y presentar mis respetos a don Guillermo de Arméniz, busqué el lugar
de su sepultura, pero no hallé tumba alguna. Tampoco fechas que me aclarasen
cuándo nació o murió dicho personaje.
Desde el despacho de turismo provincial me
contaron que la tumba se suponía en la torre del noble que fue arrasada en las
guerras carlistas, cuando los aposentos del fundador del pueblo fueron usados
como polvorín. En cuanto a las fechas, me ofreció una estimación que bailaba
cerca de un cuarto de siglo arriba o abajo respecto a su nacimiento y no había
consenso ni datos oficiales en relación al origen del noble ni a su
fallecimiento. También me dejó caer que, aunque se considerase histórico, no
dejaba de ser un personaje de leyenda.
Siguiendo la pista de las guerras carlistas
encontré escritos del diario de un combatiente de la zona, Mikel Zahínos, que
se refiere al lugar que nos ocupa como laguna
muerta, debido a que no se da vida en el interior del manantial negro y
según cuentan las gentes del pueblo, los animales y personas que bebían de
estas aguas morían cayendo a su interior y desapareciendo para siempre.
Atendiendo a los garabateos de Zahínos, la
laguna muerta fue testigo de una trifulca entre carlistas, quienes tenían en el
torreón de Arméniz su polvorín, e isabelinos. Al parecer éstos últimos batieron
en retirada a los primeros tras hacer saltar por los aires la torre con todo su
arsenal. Entre las filas carlistas se encontraba ese día el tal Mikel, quien
herido de un perdigonazo cayó al pie de la laguna, allí cita que fue testigo de
una revelación, pues entre las aguas negras, cuenta, se le presentó la virgen envuelta
en un halo verdoso, quien lo escondió de la vista de los isabelinos que pasaron
de largo acribillando el resto de los huidos.
Esta historia no fue admitida por las fuentes
oficiales de la época quienes dan en contar que el soldado Zahínos se ocultó
cobardemente bajo el agua y cuando pasaron los del bando contrario se unió a
ellos en la matanza de sus propios compañeros, motivo por el cual se inventaría
la historia. Precisamente por ello fue indultado por el alcalde de entonces,
quien además señalaba cierta “debilidad mental” en el individuo.
Hubo otra historia de guerra que me sobrecogió,
pues según cuenta en su libro sobre la guerra civil un historiador de la zona,
laguna muerta era el lugar de fusilamiento habitual durante aquellos años de
terror. Citando testimonios locales, cuenta que se situaba a los condenados de
cara a la laguna y una vez muertos se les dejaba flotando allí, no tardando en
corromperse sus cuerpos debido a la composición del agua, haciendo del fondo
del lago negro una fosa común.
En la hemeroteca del pueblo encontré recortes
de la prensa en los que el nombre de Arméniz había paseado por las imprentas de
todo el país. Había más pena que gloria en aquellas menciones.
Tristemente famoso fue en los diarios de la
época franquista el caso del hombre del
saco de Arméniz. En 1956 la guardia civil abatía a tiros en el llano de
laguna muerta a Vitorino Arreitia de 48 años, porquero y natural de Arméniz. El
porquero era buscado por ser el sospechoso de la desaparición de ocho pequeños
del pueblo. Niños y niñas que desaparecían de sus hogares para no volver jamás.
Nunca se encontraron los cuerpos, pero en la pocilga de Arreitia situada en el
llano de la laguna se hallaron restos de las ropas de los críos. Los agentes
llegaron a tiempo de rematar al desgraciado Vitorino, quien ya había sido
encontrado por una turba de vecinos encabezada por los progenitores de las
víctimas y al que apenas le quedaba un halo de vida, ni miembro en su sitio.
En aquel momento no quise o no pude ver la
relación entre aquellos actos grotescos e infames y el lugar. Hoy soy víctima y
testigo de ello, pero entonces no supe que el mal era efectivamente llamado a
aquel punto de la geografía. Y existía un motivo.
Una mañana me desperté con la convicción de
que el día había llegado. En mi
delirio estaba convencido de que tenía que llevar a mi mujer y mi hija a aquel
lugar sagrado porque el mundo se nos iba a venir encima.
Con la excusa de hacer una excursión familiar
me las llevé al llano de laguna muerta. Se podía acceder hasta allí a través de
una carretera comarcal que desembocaba en un camino de tierra, el cual era
transitable en vehículo sólo hasta la mitad. Había que ascender el último
trecho andando.
Yo llevaba a nuestra hija en una mochila sobre
el pecho quien, al traqueteo de mis apresuradas pisadas, aprovechó para echar una
siesta. Mi mujer caminaba tras nosotros levantando constantemente quejas acerca
del ritmo que la obligaba a mantener.
En todo momento traté de mostrar serenidad
para no asustarlas. Parecía que con la pequeña había funcionado, sin embargo,
mi mujer cada vez estaba más extrañada de mi comportamiento y me seguía con
cierto recelo. Yo argumentaba que sólo quería pasar un día de campo en familia
y que me habían hablado de un lugar magnífico que quería enseñarles donde
podríamos ver una lluvia de hojas cayendo de los árboles.
Excepto catorce árboles cuyo follaje
permanece.
Tras la última colina, el llano se abrió ante
nosotros. En medio de aquel valle sumido de lleno en el ocre del otoño, un
círculo de árboles ofensivamente verdes. Ya no oía a mi mujer pidiéndome
descansar un momento. Mi mirada se aferró a aquel corro de árboles y mis pasos
me condujeron firmes hacia él.
Cuando crucé el circo de árboles se hizo el
silencio. En medio de aquel corro una pequeña laguna negra desprendía un ligero
olor a huevos podridos. Su superficie era tersa como la de un espejo y algo me
llamaba desde su interior. En apenas diez pasos estuve junto a la orilla,
abstraído de toda realidad que no fuese la profunda negrura de sus aguas.
Una pequeña mano resbalando por mi cara reclamó
mi atención. Cuando miré hacia abajo descubrí que mi hija había despertado y
lloraba amargamente, aunque apenas podía escuchar el eco lejano de su llanto.
Del mismo modo, oí como si estuviera a kilómetros de distancia los gritos de mi
mujer que avanzaba corriendo hacia allí. Las lágrimas resbalaban por su rostro
y traía el gesto compungido. Me pedía que parara.
Ahora me doy cuenta de la locura que estuve a
punto de cometer. No era consciente de lo que hacía pues mi consciencia había
sido raptada y mis actos sólo obedecían a la llamada de la laguna negra.
Estaba a punto de arrojarme al agua cuando un
vestigio de cordura me hizo actuar de aquella manera. Solté los broches que
sujetaban a mi hija contra mi pecho y la dejé caer sobre la hierba de la orilla
mientras mis pies me llevaban irrevocablemente hacia las aguas.
En un momento me encontraba en el centro de la
laguna, en pie sobre su sólida superficie. De pronto un sonido o un temblor,
como si una cuerda del diámetro terrestre hubiera sido pulsada, sacudió el mundo
entero con una violencia indecible. El suelo se fundió bajo mis pies, que se
hundieron en el agua. Y caí.
Caí dentro de aquellas aguas negras que se
abrieron para devorarme. En un momento estaba suspendido en el vacío y al
siguiente un frío helador me abrazaba atravesando mis músculos con mil agujas.
Estaba sumergido en las profundidades oscuras de la laguna. Abrí los ojos y
sentí como me ardían al contacto con el líquido.
Aquella conjunción de malestares hizo que
despertase del trance y cobrase consciencia de mi situación. Me encontraba en
la más cerrada tiniebla sin referencias de mi posición dentro de aquel caldero
de aguas negras que era inmensamente más vasto allí abajo que la parte que asomaba
a la superficie. Tenía los ojos abiertos y no veía absolutamente nada. Me
invadió la ansiedad y un terror inenarrable recorrió mi columna como un
latigazo. Me disponía a comenzar el ascenso hacia donde suponía se hallaba la
superficie cuando un resplandor verdoso surgió del fondo abriéndose paso a
través de la densa penumbra.
Fijé mi vista allí y lo que contemplé aún hoy me
quita el sueño. Una inmensa y fulgurante luna verde se abría en el fondo del
pantano, iluminándolo pobremente. Éste se hallaba sembrado de cadáveres cuyos
cuerpos se mecían como un bosque de algas marinas movidas al unísono por la
marea. Sobre la franja de luz verde, un trono de raíces sostenía encadenado a un
cadavérico anciano cuyo escaso cabello se extendía flotando hasta perderse en
los confines de la oscuridad.
El anciano alzó su mirada de cuencas vacías
hacia mí y contemplé su gesto de mandíbulas apretadas, conteniendo el grito.
Apenas era huesos y pellejo asomando como una siniestra tortuga a través de una
oxidada armadura donde aún se distinguía el emblema de un quejigo. En un leve
movimiento trató de liberar las manos de su asidero y después bajó la cabeza
con resignación hacia su pecho.
En aquel momento tras el respaldo nudoso de
raíces asomaron unas manos blancas y delicadas. De allí emergió una bellísima criatura
de piel fina y completamente lisa como el marfil, sin pliegues ni prominencias,
de cabeza redonda y sin un solo rasgo facial salvo sus ojos, que clavaron sobre
mí una mirada de abismos negros que se hundían hasta el infinito en aquel ser
de luz. A su espalda se desplegaron dos inmensos apéndices que parecían las
velas rotas de un barco naufragado. Me señaló con un larguísimo dedo y batió
sus alas despegando del suelo una oleada de cieno y avanzando veloz hacia mí.
En el mismo instante la inmensa franja verdosa
se movió barriendo el fondo y se hizo más estrecha dirigiendo su luz hacia
donde yo me encontraba. ¡Era un ojo colosal! Y me estaba mirando. A juzgar por
el tamaño de aquella pupila cetrina, el ser al que pertenecía debía ser kilométrico.
Sentí que las entrañas tenebrosas de la tierra me miraban.
El poco aire que quedaba en mis pulmones
escapó de mi cuerpo en burbujas que me señalaron el camino hacia la superficie.
Nadé con todas mis fuerzas hacia allí hasta sentir cómo me ardía el pecho.
Ya había tragado la primera bocanada de agua
cuando sentí una mano que se aferraba firmemente a mi camisa y al momento era
escupido a la orilla. Tras recibir un fuerte golpe en la espalda vomité una
buena cantidad de agua negra y cuando sentí que el aire volvía a entrar en mis
pulmones, me tumbé sobre el suelo.
Al volverme, una cara atolondrada me recibió
con una sonrisa desigual de dientes torcidos. Un sombrero de paja daba sombra a
una mirada tras la que no parecía haber mucha actividad.
—¿Dónde está mi hija? —pregunté alarmado
mientras buscaba con la mirada. Empezaba a comprender lo que había estado a
punto de hacer.
Aquel tipo se encogió de hombros y tras
limpiarse la baba con el dorso de la mano pronunció una retahíla que me costó entender.
—S`habrá marchau. Yo m`acercau pues oirr gritar y
ruido. Si no t`echo mano pues acaba allá al fondo con losequeleto. Soy Kepa —dijo
ladeando la cabeza.
—Sí, gracias —respondí yo tratando de
descifrar sus palabras.
Aquel individuo iba vestido con un pantalón de
agua arremetido dentro de los calcetines, llevaba una caña al hombro cuyo cebo
era una ardilla muerta y no me quitaba ojo de encima mientras sorbía cada poco
los mocos que caían de su nariz.
De pronto unos pasos interrumpieron el extraño
momento. Un guardia civil me cogió por los hombros y tras preguntarme si estaba
bien y confirmar mi identidad, me pidió que le acompañara.
—No llevárselo, que es bueno —protestaba el
extraño pescador apenado.
—Sacad a éste de aquí, haced el favor —dijo el
agente de más gradación señalando a mi singular salvador.
—Hala Zahínos, vete a pescar ángeles a otro
lado —dijo el subordinado con sorna mientras se lo llevaba.
Yo miré sorprendido al pescador quien me
sonrió enseñando una hilera de dientes torcidos y cruzó un dedo ante su boca en
señal de silencio.
Tras pasar un par de noches en el calabozo los
agentes me contaron que mi mujer y mi hija estaban bien, pero que no gracias a
mí. Al poco firmé los papeles del divorcio y ahora tengo que ver a una
psiquiatra una vez por semana para poder optar a hacer visitas a la niña.
No he vuelto a poner un pie en aquel pueblo
del demonio, aunque lo visito cada noche en sueños.
Seguí tratando de explicarme qué había pasado
en aquel lugar. En mi desesperación por encontrar respuesta me desplacé hasta
una extraña librería esotérica, especializada en ocultismo, situada en
Barcelona. Allí consulté multitud de libros y con la ayuda de la anciana
librera descubrí algunas cosas que no me atrevo a decir si arrojan más luz o
sombras sobre el asunto.
Lo cierto es que conseguí un ejemplar del citado
libro de Rolando Iluna, de quien me dijo la anciana que fue un afamado místico
y alquimista del siglo XIII y me puso sobre la pista de un texto de anotaciones
sobre otra obra suya de la que no quedó ningún ejemplar, in tenebris. En dicha obra se enumeraban algunas de las criaturas
que moran las tinieblas.
Entre otras bestias hablaba sobre el Behemot,
el cual dice, se halla sumido en un estado de letargo bajo la tierra a la
espera de oír la voz de su amo para desatar la devastación más absoluta en el
reino de los hombres. El amo de esta criatura carece de rostro y por tanto de
boca. Mediante promesas y engaños acerca de la capacidad de conferir riquezas y
fama al que la porte, entregó su voz a un ser humano a cambio de sus ojos; quien
tras conocer la facultad destructiva de ésta optó por enmudecer.
El genio maligno mantiene con vida al portador
de su voz, ante cuya vista hace desfilar los peores crímenes de la humanidad
para que pierda la fe y en un grito desgarrador despierte a la bestia que ha de
acabar con el mundo.
El dueño de la bestia no es otro que el
vigilante del que habla Enoc. El ángel caído cuyos restos portó Guillermo de
Arméniz desde tierra santa trayendo consigo la maldición eterna. Rolando Iluna
cuenta que son 14 las letras que conforman el nombre del ángel caído.
Yo fui uno de los llamados por este ser y en
mi locura estuve a punto de cometer un acto atroz. No eludo mi responsabilidad.
La psiquiatra me ha dicho que debo escribir
todo lo que creo que ocurrió para así leerlo y convencerme de lo irreal del
asunto. Piensa que, igual que hiciera Mikel Zahínos, me invento una historia
extraordinaria para poder continuar con mi vida libre de culpa.
Pase lo que pase, mi vida ya nunca volverá a ser igual. No sé si el tiempo del que habla Enoc ha llegado aún o si realmente me estoy volviendo loco, pero esta mañana volvía a despertarme con una noticia que parece repetir como un eco el mismo mensaje cada día: Un informe de las Naciones Unidas advierte de que el avance del desierto es ya irrevocable.
El Behemot ya está aquí.

Hola! Yo quisiera saber más...
ResponderEliminarQue ha pasado hasta el día de hoy?
Hola eva usted sabe más del asunto pues si por cualquier cosa me puede avisar a mi correo
Eliminarpublicalicante@gmail.com
Sólo ha de encender la televisión, leer los periódicos, escuchar la radio o buscar información en internet... Eso es lo que está pasando hasta el día de hoy.
EliminarLa verdad esta muy interesante la historia pero al fin que paso y que descubrió en los libros y el la biblioteca
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Eliminar-SPOILER ALERT-
Como dice el texto, encontré un libro de citas del místico del s.XIII, en él se decía que el Behemot es una bestia que duerme bajo la tierra esperando escuchar la voz de su amo para sembrar la devastación absoluta. El amo de esta criatura es el ángel caído que trajo consigo Guillermo de Arméniz. El ser celestial engañó a éste, prometiéndole tierras y nombrándole caballero a cambio de que aceptase la voz del caído. Una voz que desataría el Apocalipsis. Por este motivo, Guillermo de Arméniz decidió enmudecer, aunque su vida se prolongue toda la eternidad bajo una laguna mientras ve desfilar el horror ante sí que le muestra el ángel caído para hacerle despertar al Behemot.
Gracias por leer.
Mi amigo noté mucho y así como usted no puedo evitar la curiosidad de por qué en todo lo que a comentado no se nombra nunca a Dios ?
ResponderEliminarNo creo que exista un único dios, creo que se trata de un error de interpretación o traducción de los textos antiguos fruto de los eones transcurridos desde que la historia fue vivida y contada. Los primigenios esperan en un sueño eterno bajo el suelo y el mar a que las estrellas estén preparadas para ocupar de nuevo su lugar en la tierra.
EliminarLa mejor jugada del primer traidor al Dios verdadero, es hacer pensar que no existe, la segunda mejor jugada, es hacer creer al hombre que el único Dios verdadero es el culpable de toda catástrofe y la tercera mejor jugada es imponer la venida al hombre. Behemot en silencio mueve sus garras hasta que su amo le.ordene dar el zarpazo y la ceguera del humano será la culpable
ResponderEliminarDIOS Te Bendiga Este Es Mí Numero Porfavor Si Ves Esto Escríbeme ±56964273592
EliminarEn conclusion esos 14 arboles que significan
ResponderEliminar-SPOILER ALERT-
EliminarSon las letras que conforman el nombre del Vigilante...mejor no pronunciarlo aquí.
Por que no se pueden pronunciar por aquí???
EliminarComo las puedo saber??
En internet no aparece ni la más remota historia sobre el el señor Guillermo de armenis
ResponderEliminarEn internet no está todo. Quizá si se acercara a la villa de Arméniz le cuenten con gusto algo sobre este personaje al que se le considera mitad leyenda mitad histórico.
EliminarBUENAS TARDE EL LIBRO DE ENOC ES UN LIBRO PARA FINALES DE LOS TIEMPOS GRACIAS POR EL APORTE DE LOS ARBOLES.
ResponderEliminarHola amigos... tienen mmás información?
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarBuenos días, en primer lugar quería agradecer el interés mostrado por el relato y sus comentarios. Debo decirles, que aunque está basado en una serie de búsquedas reales que lo inspiraron, es un texto de ficción. Hay en él hechos históricos y referencia a algunas obras y personas que son reales pero la mayoría de personajes que en él aparecen son ficticios.
ResponderEliminarGracias por leer. Compartan si tienen el gusto.
Aunque quizá esto lo escribo para que nadie, nunca, siga mis pasos tras esta historia...
Cuál fue el acto atroz que estuviste a punto de cometer?
ResponderEliminarLlamado por oscuras fuerzas, a punto de sumergirse en las frías aguas de la laguna negra con su hijita, en un sacrificio que quizá hubiese hecho quebrarse la voz del caballero Guillermo de Arméniz, desencadenando el despertar del Behemoth y con ello el fin del mundo.
EliminarHola, estimado. A usted le fue revelado un portal del abismo. Ahora lo que debe buscar es la salvación de su alma y el perdón de sus pecado. Y lo debe buscar con el mismo ahínco que indagó en los misterios de Dios. He aquí un misterio He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados...Ahora bien debes buscar no en libros ni sabiduría humana, sino en espiritu de Dios.
ResponderEliminarLa oscuridad y el abismo es la única certeza en el universo, pues la luz es un añadido que algún día se extinguirá, y la moral un invento que evidencia lo obtuso del ser humano.
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