miércoles, 21 de octubre de 2020

EL RELOJ

 

 



El reloj


Hoy hace siete días exactamente, paseando por delante de una relojería caí en la cuenta de que mi padre nunca había llevado reloj, sus muñecas lucían desnudas desde que tengo memoria. Entonces me pareció buena idea ofrecerle uno como regalo. Él rechazó rápidamente la idea con cara de espanto y entre miradas nerviosas me hizo seguirle hasta una oficina postal donde poseía un buzón privado del que nunca me había hablado. De allí cogió un manojo amarillento de cartas y un objeto envuelto en un pañuelo. Me llevó a un apartado café y me contó la historia que voy a referir a continuación.

“Tenía un amigo que vivía en la ciudad, aunque siempre había deseado vivir en el campo. El ajetreo y los horarios le provocaban serios problemas de estrés e insomnio. Su oportunidad de cambiar de vida llegó con la carta de un bufete de abogados. Una tía abuela suya había muerto sin descendencia y tras mucho buscar, el albacea había dado con su único heredero. A mi amigo, quien desconocía la existencia de dicha pariente, le dejaba la casa familiar y el terreno aledaño.

Aquel día, yo mismo le acompañé a firmar de conformidad con la parte recibida y no cabía en sí de alegría. Le apenaba dejar a los viejos amigos atrás, además de algún antiguo amor, pero prometió escribir todos los días, tal era nuestra relación. Sin duda estaba convencido de que el aire del campo le haría bien a sus afectados nervios.

Le acompañé a la estación de tren y me despedí, sin saberlo, para siempre de él. Jamás volvería a verlo con vida.

Las primeras noticias de su estancia en la finca no se hicieron esperar:

 

Buenos tardes desde el paraíso:

Te escribo recién llegado a la casa de mi tía, ¡que ahora es mía, aún no me lo puedo creer! El viaje ha sido largo, pero ha merecido la pena. La casa es de principios de siglo y está algo descuidada, aunque mi tía lo tenía todo preparado y dejó un pequeño fondo de dinero para arreglarla. Mañana mismo vienen los albañiles a poner a punto algunos desperfectos de la fachada y otras obras menores que surgen aquí y allá.

Por lo demás es fantástica. Está situada en una finca de tres hectáreas con un lago y multitud de árboles. Tiene dos plantas amplias y un desván, creo que también tenía un sótano, pero está tapiado. Muchos de los muebles están carcomidos, aunque quizá pueda aprovechar alguno; me gusta el aire antiguo que le dan a mi nuevo hogar. Estoy deseando que cojas vacaciones para venir a verme y pases unos días aquí, te va a encantar. El tiempo en esta zona es más suave debido a la cercanía de las montañas.

Hay un pueblito a pocos kilómetros y la gente, aunque desconfía de los forasteros, estoy seguro de que será muy amable en cuanto me presente. Creo que a mi tía la querían mucho. Hoy cuando le he explicado al taxista el lugar al que me dirigía se ha santiguado, creo que en memoria de mi tía. Pensé en tratar de entablar conversación con él para que me contara más cosas acerca de la propiedad, pero luego decidí que mi primera visita al terreno debía de ser una sorpresa. Tampoco salió ninguna palabra de su boca durante el breve trayecto, debo haber dado con el único taxista al que no le gusta hablar.

En fin, te tengo que dejar que se hace de noche y he de recoger algo de leña para la chimenea pues, aunque estemos en marzo, aquí aún refresca cuando cae el sol y no te voy a engañar, estoy deseando estrenarla y cenar junto al fuego.

Un abrazo.

Parecía que la nueva etapa de mi amigo comenzaba de la mejor manera que cabía esperar. Siempre había sido un muchacho taciturno y enfermizo. Sus ataques de nervios le jugaban malas pasadas y a menudo la ansiedad le tenía sometido y débil. Tampoco es difícil de entender si se tiene en cuenta que sus padres murieron siendo él un niño. Los macabros detalles de su muerte siempre los ha guardado para sí. Yo había escuchado que su madre tuvo un accidente y su padre se quitó la vida. Desde entonces vivió con una familia de acogida que, aunque siempre le trataron correctamente, no supieron darle el afecto que necesitaba.

Era la primera vez en mucho tiempo que le veía tan feliz. De verdad que me alegraba por él. Creo que el mayor problema de mi amigo siempre fue no saber mantenerse en ese estado emocional por mucho tiempo, acostumbrado a vivir apesadumbrado, no sabía ser feliz; si no existía motivo para estar triste, él parecía buscarlo. Yo me encontraba esperanzado de que aquello fuese debido únicamente a sus circunstancias y realmente creía que aquel cambio de aires obraría también uno en su carácter.

La correspondencia entre nosotros era diaria.

 

Buenos días

Esta casa es magnífica, cuanto más investiga uno más tesoros encuentra en sus rincones. He encontrado la biblioteca personal de mi abuelo, éste fue su hogar antes de mudarse a la ciudad. Fue un afamado relojero y las estanterías están repletas de libros sobre relojería, platería y joyas. Seguro que puedo aprender mucho de mi familia investigando estos volúmenes.

Sin duda el aire del campo y la recuperación de mi pasado me están sentando bien. Esta noche he dormido de un tirón hasta escuchar el sonido lejano de un reloj. Su tañido me despertó a las siete de la mañana. En cualquier caso, una hora que normalmente me coge dando vueltas en la cama, por lo que me encuentro muy descansado.

Al levantarme he explorado el caserón en busca de aquel reloj, que no he escuchado sin embargo durante el día, y no he encontrado ni rastro de él. Me gustaría restaurarlo y ponerlo junto a la chimenea en recuerdo de mi abuelo. Quizá no sea mala idea retomar el oficio familiar. Si avanzo en mis estudios prometo regalarte mi primer reloj.

Un abrazo afectuoso.

 

Yo estaba entusiasmado con las buenas noticias de mi amigo, parecía haberse olvidado de sus males y nuevas aficiones habían logrado despertar su interés. Sin duda alguna lo que necesitaba era reconciliarse con su pasado. Quizá como muchas familias del país entonces.

Tras varios días en los que me comentaba sus avances en el minucioso arte de la relojería, aprecié un cambio progresivo en él, sutil al principio, pero innegable. Noté como su humor recaía de nuevo y volvían a destemplarse sus nervios.

Tampoco dejaba de referirme el extraño episodio del reloj que lo despertaba por las noches, siempre a la misma hora; sin embargo, aquel oculto aparato no emitía un solo sonido durante el día. Me contó que cierta noche, trató de mantenerse despierto esperando oír la campana del reloj para así localizar al culpable de sus desvelos. Mas, llegada la hora, esta vez no sonó. En cambio, aseguraba que volvió a escuchar claramente el tañido cuando los primeros rayos del día le cogieron dormido. Yo temía que quizá se estaba obsesionando con el asunto y sin dudar de su palabra, creía que tal vez incluso soñaba con ello.

Su última carta me llenó de inquietud.

 

Querido amigo

En vano he buscado por toda la casa el demoníaco objeto de mi desvelo. Ayer mismo aprovechando el material dejado por los albañiles en el patio, me hice con una marra y destrocé a mazazos la tapia levantada ante la puerta del sótano. Ya no podía estar en ningún otro lugar aquella maldita máquina, pues había registrado hasta el último rincón de la casa. Allí encontré los restos del antiguo taller de mi abuelo. Cientos de piezas de relojería y algunas herramientas y muebles, nada más. Todo comido por el óxido y prácticamente inservible para algo más que para su exposición en un museo. Este hallazgo me hubiera supuesto una gran alegría de no ser por la lapidaria persecución de aquel tañido martillando mi cabeza. Me encuentre en el lugar que sea la sensación es siempre la misma, aquella campana, siempre situada a la misma distancia, llamando a la locura en mi cabeza. Insistente, infatigable.

Como sabes, en dos días es mi cumpleaños y he pensado visitar el pueblo, quizá dormir en una pensión y alejarme un par de noches del caserón; temo coger aversión a la vieja casa familiar por culpa de este extraño suceso. Tal vez si consigo descansar sea capaz de ver las cosas de otra manera y hallar la solución al problema. Me haría mucha ilusión que me acompañaras, sé que es egoísta pedirte esto porque estás ocupado, pero creo que tu compañía me daría la fuerza que necesito para seguir con este proyecto.

Por cierto, ahora que voy a entregar esta carta, el mensajero me informa de que tengo recado para recoger un envío de mi familia de acogida, seguro que con motivo de mi cumpleaños. Tal vez mañana mismo me acerque a la oficina postal y así me aparte un poco de mi viciada obsesión. Espero tu respuesta.

Un abrazo.

 

Viendo el estado de ánimo de mi amigo no demoré mi respuesta. En dos días cogería el tren hacia allí. Al día siguiente hablé con el encargado de la librería donde trabajaba y argumentando la enfermedad de un pariente cercano solicité permiso para ausentarme. Por supuesto me lo concedieron deseando la pronta recuperación de mi familiar. Ojalá me hubiera marchado aquella misma tarde, aunque dudo que adelantar mi visita hubiese solucionado su problema.

Esa misma madrugada me despertó el teléfono. En el auricular la voz nerviosa de mi amigo rogaba urgentemente que fuera a verle, tenía algo muy importante que contarme. Sus palabras se atropellaban y en aquel momento no entendí nada, sólo pude comprender que estaba teniendo un ataque de ansiedad y temí que pudiera cometer alguna locura. No podía esperar al tren. Fui a casa de los abuelos y sin pedir permiso ni perder el tiempo con explicaciones cogí el coche del abuelo y me dirigí hacia el pueblo donde se hallaba mi amigo.

Por el camino tuve tiempo de pensar en el sin sentido que me había contado por teléfono. Me había hablado del paquete recibido, dijo que contenía una carta de su padre que debía haber enviado mucho tiempo atrás. Me dijo que ahora entendía todo y que se estaba volviendo loco. Me dio las señas de su hostal y antes de colgar me hizo una extraña pregunta.

—¿No lo oyes? ¿Acaso tú no lo escuchas, querido amigo? Incluso mientras hablo contigo puedo oír su terrible martilleo…ya está aquí, hoy hace siete días. Es mi aniversario, viene a por mí. Date prisa por favor, ven pronto.

Llegué al pueblo amaneciendo, unas pocas horas después de aquella llamada. Iba a preguntar por la dirección del hostal cuando un barullo de gente que se agolpaba en torno a una placita llamó mi atención. No quería creer lo que podía significar aquello y me acerqué con infinito temor al lugar.

Aparté un par de personas para llegar y lo vi. Allí tirado, en el adoquinado sembrado de cristales procedentes de la ventana por la que se había arrojado, se encontraba mi amigo. En su mano derecha llevaba una carta, firmada por su padre, pero no el de acogida como en un principio pensé cuando hablamos por teléfono, se trataba de su padre biológico. Después supe que la carta había llegado hacía poco a su familia de acogida quien se la reenvió a mi amigo. Al parecer estuvo perdida en una oficina de correos durante años hasta que un conocido de la familia destinado allí reconoció el nombre del destinatario. Ésta es la carta.

Hijo mío,

Siento dejarte así, sólo en este mundo, pero yo no puedo aguardar muerte tan terrible como la que me espera. Tengo la esperanza de que la maldición que persigue a nuestra familia acabe con mi muerte. De no ser así, huye hijo mío. Antes de cumplir mi edad, escapa. Vete lo más lejos que puedas donde el tiempo no te atrape. Porque a nuestro tiempo le puso límite la soberbia de tu abuelo.

Como ya sabrás, tu abuelo fue un afamado relojero proveniente de una familia rica que siempre se codeó con lo más granado de la sociedad. Al terminar la guerra conservó su posición delatando amigos y conocidos que disintieran de los rebeldes. Su lado siempre fue el de los ganadores y en una guerra los ganadores siempre están del lado de las armas.

Nunca tuve una buena relación con tu abuelo, era arisco y autoritario, poco dado al cariño. Pero en sus últimos días de vida fue de lo más cuidadoso conmigo, incluso a veces me abrazaba y sollozaba en silencio. Entonces no lo sabía, pero se sentía culpable por la desdicha que acababa de arrojar sobre sus descendientes. Las últimas noches se las pasó despierto y en un enfermizo estado de nervios.

Una madrugada le pregunté por qué no podía dormir. Me contó que la semana anterior se presentó una mañana en la relojería un hombre desastrado. Llevaba un raído uniforme de guerra sin color ni insignias bajo una ajada capa negruzca cuyo capuz le ocultaba el rostro. Con mano temblorosa y enguantada puso sobre el mostrador un viejo y sucio reloj de bolsillo. Al mirarlo de cerca el abuelo quedó sorprendido, se trataba de una pieza finamente trabajada fabricada en oro con incrustaciones de piedras preciosas. El bisel representaba una serpiente que se mordía la cola.

El abuelo miró con asombro a aquel vagabundo y éste con una voz profunda y rasgada le pidió que lo reparase, pues sus agujas estaban detenidas. El soberbio relojero le dijo que no se lo repararía, pues dudaba que tuviese el dinero necesario para pagarlo, y más aún, que no pensaba devolvérselo pues estaba convencido de que aquel reloj se lo había robado a algún honrado ciudadano. Así que le dio la opción de marcharse sin el reloj y sin formar alboroto o de esperar allí a que llegase la policía y les diese cuenta a ellos de su procedencia.

Entonces el desastrado hombre cogió al relojero por la muñeca y con extraordinaria fuerza le llevó la mano hasta su cara. Así pudo comprobar cómo las manillas del reloj comenzaron a correr fluidamente en sentido anti horario. Ante el demudado rostro del abuelo, el vagabundo vestido de soldado comenzó a hablar:

—Los que no tienen tiempo de ayudar están condenados a perderlo buscando ayuda.

Después se descubrió la cabeza revelando un rostro terrible y anti natura como el cadáver de un niño. La muerte detenida, lo llamó tu abuelo.

—Desde ahora y hasta que se extinga, tu estirpe será presa del tiempo que tú no has querido compartir y no vivirán más allá de lo que tú lo has hecho. Cuando oigas el séptimo tañido del reloj sabrás que tu hora ha llegado, vendré a buscarte y tu vida alimentará la mía.

En aquel momento cerró su mano sobre la del abuelo y el reloj se fundió en la carne del relojero, anclando de este modo la maldición a su sangre. A nuestra sangre.

Aquella madrugada yo me quedé dormido mientras tu abuelo me contaba esa historia y otros delirios. Me despertaron los gritos desgarradores de mi madre cuando encontró el cuerpo desangrado tirado en el suelo.

Igual que se llevó a mi padre, el demonio del tiempo viene hoy a por mí, hijo, oigo el tañido de sus garras llamando en mi cabeza. Es la séptima llamada y no voy a dejar que me atrape. Huye hijo mío, no dejes que el tiempo te atrape. Mi hora ha llegado.

Te quiero.

Atenazado por el miedo, me agaché llorando junto al cadáver de mi amigo. En su mano izquierda reposaba el reloj descrito por su padre en la carta. Tenía el cristal roto y las agujas detenidas en el tiempo. Con el pañuelo de su solapa recogí el reloj y lo guardé en mi bolsillo. Después doblé la carta para guardarla y en la parte posterior encontré garabateada una dirección. Era la letra de mi amigo.

Luego vino el dolor, como un golpe sordo, realmente lo quería como a un hermano. No podía imaginar el terror que tuvo que pasar antes de arrojarse al vacío.

Después del entierro, volví a la ciudad y me dirigí a la dirección indicada en el anverso de la carta. Allí me abrió la puerta una mujer embarazada…”

Entonces mi padre detuvo su relato y me cogió de la mano.

—Esto es lo que me resulta más difícil de contarte. Para mí siempre serás mi hijo y estaré a tu lado hasta el final como no pude estarlo al suyo. Pensé que si no te lo contaba, tal vez a ti no te ocurriese nada, pasase de largo, pero no puedo ocultarte esto por más tiempo.

—¿Qué ocurre papá? ¿quién era esa mujer?

—Esa mujer era tu madre. Yo sólo cumplí con los últimos deseos de mi amigo. Te he criado como si fueras de mi propia carne, pero has de saber que en realidad tu sangre es la del relojero. Esto es tuyo.

Yo no quería creerme lo que me estaba contando. No hacía más que repasar las cartas intentando encajar las piezas en mi cabeza mientras negaba en silencio aquel disparate. Entonces dejó el bulto envuelto en el pañuelo frente a mí. Cuando lo desenvolví sostuve en mis manos el reloj de oro cuyo aro simulaba una serpiente mordiéndose la cola. Lo miré como quien se asoma a un abismo infinito. Entonces las agujas del reloj comenzaron a correr fluidamente en sentido anti horario.

Hoy hace siete días exactamente. Son las siete de la madrugada y el tañido de un horrible reloj se mantiene vibrando en el aire, resonando en lo más hondo de mi alma.

Mi hora ha llegado.




Jerga Aciago