miércoles, 31 de agosto de 2016

El pastor y el pozo



El sol del mediodía caía a plomo sobre el páramo. Una columna de luz tamizada de polvo se escurría a través del angosto agujero excavado en la tierra. En el fondo del pozo el pastor boqueaba agotado. Estaba siendo duro, pero merecería la pena. Se sentó en el suelo fangoso tragando aire con dificultad, allí abajo el oxígeno escaseaba y había que descansar cada poco. Mirando hacia arriba hacía cuenta de los neumáticos que llevaba colocados para apuntalar su particular excavación, así calculaba la profundidad del agujero.
En el pueblo había dicho que andaría en las eras del tío mozuelo con las cabras. Sabía que no irían allí a buscarle. En realidad dejaba el ganado en una cañada escondida donde estaban abastecidas. No quería que nadie supiera lo que hacía.
Tenía una fe tan firme en su cometido como la roca que le había hecho desviar su trayectoria, pero no podía arriesgarse a que se enterasen de lo que andaba buscando, sabía qué pensarían los demás de su empresa. Le llamarían loco y tendría que aguantar muchas burlas, aun así alguno recelaría de su tarea y podía fastidiarle todo el trabajo. Por no decir que aquellas tierras eran propiedad privada. Si le descubrían no le dejarían quedárselo además de tener que pasar alguna noche en el calabozo.
Sólo había alguien en quien confiaba, André el portugués, su compañero de fatigas. Con él compartía casa y se repartían las tareas del rebaño a diario. Sería casi imposible ocultarle aquel secreto a André, pues además de que se había convertido en un hermano para él, el lugar había sido revelado a ambos al mismo tiempo. Su jefe, el viejo guardés de la finca contaba la historia con el escepticismo de quien ha crecido escuchando un cuento de viejas. Pero ellos quisieron ver en aquel relato los signos de un secreto que por increíble había sido rechazado por los viejos y olvidado por los jóvenes.
Una noche en que esperaban el parto de una cabra junto al fuego, el viejo Basilio se lo contó como por casualidad. “Pues ha de andar pa´hí cerca ande guardas tú las chivas, en torno a la ermita”. Les dijo el guardés. Los dos se miraron con cara de asombro mientras el viejo azuzaba la lumbre. Aquella noche al raso el pastor no pudo dormir con las palabras de Basilio dando vueltas en su cabeza. El secreto de un cura fusilado durante la guerra civil… ¿por qué nadie se iba a inventar esa historia? Al día siguiente tras asistir al nacimiento de dos cabritillos, una hembra colorada sana y un macho negro que nació muerto, los dos compañeros se pusieron a hacer cálculos.
Desde entonces había pasado año y medio, y tras media docena de agujeros y recorrer tres cuartas partes de la finca, habían encontrado las ruinas quemadas de la casa; y gracias a los restos de la chimenea y enseres de alabastro ennegrecidos, la antigua cocina.
Debía de estar ya muy cerca. Desde que llegó a este país hacía siete años había trabajado duro y pasó mucha hambre hasta que encontró a Basilio cuatro años atrás, quien necesitaba una mano con el ganado. Como le ponía la casa y tenía queso y leche, prácticamente todo lo que ganaba era para su familia que aun así pasaba fatigas. Ésa era la auténtica razón por la que el pastor tenía que creer con todas sus fuerzas en su objetivo. Su familia era el motor que le espoleaba y le daba bríos para continuar cuando le temblaban las piernas. Volvería y llevaría consigo una nueva vida para los suyos y para sí mismo. En el fondo de aquel pozo agarrado a la tierra tenía que haber un porvenir diferente para él, lejos de la miseria y repleto de alegrías que compartir con su gente. Tenía que hallarse allí abajo porque arriba ya no había oportunidad para él. Cuando saliese de aquel agujero todo iba a ser mejor.
Era hora de volver a la faena. Cuando se fue a incorporar se notó muy cansado. “La galbana del mediodía” lo llamaba Basilio, “en verano echas la siesta o pierdes la testa” solía decir. El pastor sonreía. “En esta tierra no sabéis lo que es el verano”, decía por lo bajo mientras recordaba su pueblo castigado por el sol.
Quizá si cerraba un momento los ojos luego podría emprender el trabajo con más fuerzas. Parpadeó lentamente y cuando sus pestañas estaban a punto de juntarse, un brillo dorado le hizo abrir los ojos de par en par. El corazón se le encabritó en el pecho. Rápidamente se puso a gatas y comenzó a avanzar en la oscuridad. ¿Dónde había dejado su linterna? Daba igual, ¡el final estaba tan cerca! Siguió gateando eufórico hacia la pared del hoyo. Qué raro, hubiese jurado que erguido podía tocar ambos lados del estrecho pozo con los codos. No importaba, su sueño se encontraba ahí mismo al alcance de su mano.
El pastor persiguió aquel brillo áureo que le llamaba en una lengua tan clara que no tenía voz. Cuanto más se acercaba más parecía alejarse aquel rayo de sol encerrado en la tierra. Unas palabras comenzaron a materializarse en su mente. Era como si estuvieran dentro de su cabeza sin haber pasado por sus oídos. ¿Qué estás dispuesto a perder? Podía sentir en la oscuridad. “Si es por ganar otra, mi vida.” Respondió el pastor con un grito que no pudo oír. Entonces la oscuridad se retiró como un manto y el pastor tuvo que hacer visera con sus manos para poder ver algo entre la luz cegadora. Como la tajada de un melón, una inmensa sonrisa sembrada de dientes de oro se abría en una calavera de cristal.
La pala de la máquina excavadora se retiró. “Es él” dijo André con los ojos abarrotados de lágrimas.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Diario Público.- Hallan el cuerpo sin vida del pastor que excavó un pozo en busca de un tesoro en Zamora. http://www.publico.es/espana/hallan...